El director
iraní Majid Majidi (Teherán, 1959), ya en los inicios de su filmografía, con
“Baduk” (1991) y “El padre” (1995), ofreció dos potentes retratos sobre los
niños más desfavorecidos, obligados a trabajar para subsistir. Su tercer
largometraje, “Niños del paraíso” (Children of heaven, 1997), vuelve a situar a
la infancia en el centro de su relato, en esta ocasión subrayando su inocencia
y perseverancia. Partiendo de lo que para nosotros podría ser una mera
anécdota, la pérdida de unos viejos zapatos, Majidi, con su gran dominio del
ritmo y de los puntos de vista, construirá una de las más bellas películas
sobre la lealtad fraternal.
Rodada en el
entorno de Teherán con muy pocos medios y con cámara oculta en diversas escenas
urbanas, gran parte de su intensidad deriva de la franqueza emotiva que transmiten
sus dos niños protagonistas, intérpretes no profesionales: Amir Farrokh
Hashemian y Bahare Seddiqi, cautivadores en sus dos únicos papeles en el cine.
Desde el
punto de vista formal, su tono sobrio y sencillo motivó que la compararan con
grandes títulos del neorrealismo italiano como “Ladrón de bicicletas” (Vittorio
De Sica, 1948).
Gracias a ser el primer largometraje iraní
nominado a un premio Óscar, en la categoría de
Mejor película de habla no inglesa (1998), logró su comercialización en numerosos
países (en Hispanoamérica bajo el título “Niños del cielo”). Obtuvo también
nominación para el Gran Premio del Jurado del American Film Institute,
consiguiendo más de una docena de premios en festivales de cine como el de Fajr
(el evento cinematográfico más importante de Irán, donde se alzó con los galardones
a mejor película, dirección, guion y montaje), Newport, Montreal, Varsovia y
Singapur. En 2005 se estrenó una secuela, “Hayat” (Niños del paraíso 2), dirigida por el iraní Gholam Reza Ramezani.
En estos
tiempos de consumismo y búsqueda del cumplimiento inmediato de nuestros deseos,
“Niños del paraíso”, desde la mirada de sus pequeños protagonistas, aún resuena
más como canto a la solidaridad y al valor que debemos dar a las pequeñas
cosas.
Ana Asensio,
coordinadora del ciclo.
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