miércoles, 20 de enero de 2016

Conclusiones de la Conferencia de París sobre el cambio climático



Desde hace ya unos años existe una concienciación mundial sobre los problemas de cambio climático que afectan a la Tierra. Por ello, se ha celebrado recientemente una Cumbre del Clima en París. En ella se han llegado a unos acuerdos que no han dejado a todos contentos.

En un primer artículo de prensa, nos resumen los acuerdos alcanzados en la Cumbre del Clima de París. Un segundo artículo presenta una reflexión crítica sobre la validez de esos acuerdos.

UNA META GLOBAL AMBICIOSA PERO SIN OBJETIVOS DE EMISIONES VINCULANTES
El pacto busca que el aumento de la temperatura media del planeta quede “muy por debajo” de los dos grados

El País
Manuel Planelles
París 12 DIC 2015

El texto final del pacto de París tiene como objetivo principal conseguir que el aumento de la temperatura media del planeta a final de siglo se quede “muy por debajo” de los dos grados con respecto a los niveles preindustriales. También se apunta a que se deben hacer esfuerzos para que “no se superen los 1,5”. El acuerdo establece una meta ambiciosa. Pero los objetivos que cada país se fija nacionalmente para recortar las emisiones de gases de efecto invernadero no aparecen en el texto como legalmente vinculantes. Sí es obligatorio presentar planes para reducirlas o limitarlas.

Objetivo general
Para lograr el objetivo de que el aumento de la temperatura media a finales de siglo se quede entre los 1,5 y 2 grados con respecto a los niveles preindustriales, se establece que todos los países deberán alcanzar un techo en sus emisiones de gases de efecto invernadero “lo antes posible”. Los países desarrollados deberán hacerlo los primeros. Los que no lo son tendrán más tiempo, aunque no se fija un año concreto. De lo que sí se habla es de que, en la segunda mitad de este siglo, se deberá llegar a un “equilibrio” entre las emisiones y la capacidad de absorber esos gases, principalmente el dióxido de carbono. Este punto abre la puerta a los mecanismos de secuestro y almacenamiento de carbono, una vía que defienden los países petroleros para no cortar de cuajo con los combustibles fósiles.

Contribuciones nacionales
El principal instrumento sobre el que se construye el acuerdo son las llamadas “contribuciones” nacionales. De momento, 187 de los 195 países que han negociado ya presentaron planes de reducción de sus emisiones. Cuando se analizan en conjunto las contribuciones ya puestas sobre la mesa y se extrapolan sus efectos hasta final de siglo, el resultado es que la temperatura media aumentaría cerca de tres grados.

Revisiones quinquenales
Dado que los compromisos actuales son insuficientes, el acuerdo establece que las contribuciones se revisarán cada cinco años al alza. El primer análisis se realizará en 2018 y la primera actualización en 2020, cuando entraría en vigor el acuerdo de París. A los países desarrollados se les exige que reduzcan sus emisiones en sus contribuciones nacionales. A los que no lo son, se les insta a que las limiten o las reduzcan en función de sus capacidades.

Control
Otro de los instrumentos clave del acuerdo es la creación de inventarios para poder hacer un buen seguimiento de los programas nacionales de reducción. Se perfilan tres categorías: los desarrollados, que deberán dar una completa información; los emergentes, que tendrán una menor exigencia; y los más pobres, que tendrán el nivel mínimo de obligaciones.

Fuerza legal
El ministro de Exteriores de Francia, Laurent Fabius, remachó ayer que el acuerdo será vinculante. Pero no serán legalmente vinculantes los objetivos de reducción de emisiones de cada país. Esta salvedad se ha tenido que incluir para evitar que EE UU, el segundo mayor emisor mundial, no se quede fuera del pacto, ya que tendría problemas para ratificarlo en su país si se le imponen desde fuera metas concretas. Sin embargo, en el texto final se señala que cada país firmante “debería preparar, comunicar y mantener las contribuciones nacionales”. También “debería” poner en marcha “medidas domésticas” de mitigación para cumplir con los objetivos nacionales que se haya fijado en su contribución.

Ayuda financiera
Para que los países con menos recursos puedan adaptarse a los efectos del cambio climático y para que puedan reducir también sus emisiones se establece la obligación de que exista ayuda internacional. Los países desarrollados son los que deben movilizar los fondos. Otros Estados podrán aportar también, pero de forma “voluntaria”. El compromiso es lograr hasta 2025 que se movilicen 100.000 millones de dólares anuales, aunque se fija una revisión al alza para antes de ese año. El texto presentado consta de dos partes, el acuerdo y la decisión. La cifra de 100.000 millones se recoge en la decisión, que se puede revisar cada año. Además, en el documento se incluye la creación de un organismo internacional nuevo dedicado a las “pérdidas y daños”; es decir, para compensar a los Estados que se verán más afectados por las consecuencias del cambio climático. El desarrollo de este nuevo órgano quedará para más adelante.

 EL ACUERDO DE PARÍS: AGUA DE BORRAJAS

El Mundo
ANTONIO RUIZ DE ELVIRA
catedrático de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá de Henares.
12/12/2015

Tras la inauguración en París a bombo y platillo de la Conferencia de las Partes del Cambio Climático, y tras dos semanas completas de 20 horas de trabajo diario para redactar un acuerdo que contente a todos los países asistentes, esta vigésima Conferencia ha terminado como las 19 anteriores incluyendo la del Protocolo de Kioto de 1997: en agua de borrajas.

Me he leído el texto entero dos veces, y en ningún sitio encuentro medidas ''legalmente vinculantes''. El voto favorable de los representantes saudíes y otros es la evidencia de que no hay nada ''vinculante''. La única novedad de este Acuerdo de Paris es que reconoce que no debemos superar los 2ºC de Temperatura Media Global (TMG) y que debemos aspirar a no superar 1.5ºC , si podemos.

El acuerdo, cuando entre en vigor (el de Kioto tardó 8 años), solo será vinculante para los firmantes en el sentido de que cada uno deberá ''esforzarse'' para cumplir el objetivo de la no superación de los 2ºC de aumento de la TMG, pero no será vinculante a la hora de las medidas concretas que deberán ponerse en marcha. Por ejemplo, no menciona las toneladas de CO2 que deberán ser el límite de emisiones de cada año, en cada país del mundo. Y sin embargo se pueden cuantificar sin dificultad.

Tuve una ponencia bastante amplia en un curso de verano de la Universidad de Alcalá, en Julio, ante alumnos de la Universidad Estatal de San Diego, de California. Ya entonces hice la predicción (¡Ay Casandra!) de que la Cumbre de Paris acabaría como las demás que se han celebrado sobre el Cambio Climático, ni chicha ni limoná, y que además el Congreso de EEUU no ratificaría lo que allí se acordase.

El acuerdo de París recién propuesto y ratificado por los asistentes a la Conferencia es una mala noticia, no para la vida del planeta, la vida es resiliente (con capacidad de soportar perturbaciones) y se adapta a lo que haya, pero sí para la cultura humana actual. Hemos comprado pisos por que había dinero, y ya no hay. Hoy leía que en una ciudad de Gujarat, India, en la que se pule el 90% de los diamantes del mundo, han cerrado el 50% de sus talleres, porque ha caído en picado la demanda de productos de lujo.

Hemos creído que la riqueza está ahí, que la podemos coger sin esfuerzo y que no hace falta preocuparse. Que no hace falta trabajar de verdad.

Hemos montado una cultura de disipación de energía tan inútil como las guerras de los Austrias españoles, que solo nos condujeron a una miseria de 4 siglos. Podíamos haber vivido igual de bien, o mejor, en el siglo XX, disipando un 90% menos de energía de la que hemos disipado para nada. No lo hemos hecho. El petróleo y el gas eran tan baratos que los coches americanos podían quemar 30 litros/100 km sin que nadie dijese nada. Eran tan baratos que los arquitectos españoles no ponían aislantes térmicos en las paredes de los edificios, no ponían cristales dobles, y colocaban los radiadores en rebajes de los muros exteriores de las viviendas, disipando a lo tonto la mitad de la energía gastada en calefacción.

Y es esta cultura la que muchos de los delegados a la Conferencia de París han aceptado y quieren mantener, la cultura del derroche. Los saudíes (y los senadores estadounidenses por Texas) quieren seguir produciendo y quemando petróleo a mantas. Los indios exigen agotar sus minas de carbón, habiendo quemado todo lo que haya salido de ellas. Los chinos, como siempre, dicen que van a rebajar sus emisiones, y ya no se puede ni respirar en China. Y así casi todos los demás. Incluso la Unión Europea, la galante campeona de los esfuerzos contra el Cambio Climático, ha olvidado ya los objetivos del 20/20/20.

¿Y España? Éramos líderes mundiales en la tecnología de las energías renovables, y en los últimos cuatro años nuestros gestores sociales han destruido ese liderazgo.

Tras la Conferencia de París, los países del planeta se lanzarán como locos a quemar combustibles fósiles, disipando la energía sin rendimiento apreciable. Necesitamos éstos combustibles para fabricar las celdas solares y las lentes de Fresnel de las centrales termosolares, y para construir los sistemas de almacenamiento de la energía solar diaria. Cuando sea tarde, ya no tendremos lo que necesitamos para hacer esto.

Hubo mucha gente en España que compró pisos o casas, por un monto triple de lo que valían, pensando que siempre se podrían vender por una cantidad cuatro veces ese valor.

Las autovías en España carecen de arcenes amplios a ambos lados de cada uno de los sentidos de la circulación. Cuando hay una avería o accidente, ni la Guardia Civil, ni los bomberos ni las ambulancias pueden llegar a tiempo por los arcenes, y tienen que avanzar como sobre barro pegajoso entre los vehículos del atasco para llegar al lugar del problema. Los ingenieros de caminos que las diseñaron nunca pensaron que habría accidentes.

Y es triste, respecto a las carreteras y la energía y el cambio climático, porque hacer arcenes amplios no supone más que un 10% mas de coste que hacerlos estrechos, y ese 10% puede perfectamente salir de los dineros de los sobornos y ganancias astronómicas de las constructoras.

De la misma manera, podemos vivir exactamente igual de bien, y yo afirmo que mejor, si rediseñamos nuestra cultura para no tirar, para no disipar inútilmente nuestra riqueza, es decir, nuestra energía. Recordemos: había que mantener Flandes católica. En ello se fué la inmensa fortuna que llegó durante 100 años de América. Habría sido muchísimo más productivo aceptar el protestantismo (como se hizo al final) e incorporar a los holandeses y flamencos al imperio americano, como amigos, en vez tenerlos como piratas y contrabandistas con éxito.

Podemos reconvertir los edificios a espacios sin disipación de energía. En España hay, digamos, 10 millones de viviendas que deben aislarse del calor y del frío, para eliminar los aires acondicionados y las calefacciones. Esto genera millones de puestos de trabajo, y el dinero empleado en ello no es riqueza disipada, sino conservada. Si esto lo hiciese el Gobierno, recuperaría la inversión en no más de 3 años, en IRPF de los trabajadores e IVA de un consumo incrementado, además de ahorrar hasta el 20% de lo que disipamos en combustibles fósiles.

Si además convertimos nuestra flota en vehículos eléctricos, y hacemos el transporte de mercancías mediante túneles neumáticos, dejamos de sacar riqueza del país para pagar los combustibles fósiles (incluso buena parte del carbón que utilizamos viene de Polonia, de Sudáfrica y de EEUU) podemos recuperar la inversión necesaria en 10 años, y tras ello todo son ganancias.

El Acuerdo de París es una mala noticia para los seres humanos del planeta. Nosotros, seres humanos, no actuamos por leyes o normas, actuamos por comparación de unos con otros.

Si lo que mostramos desde Europa, o EEUU, es nuestro total rechazo a dejar de disipar energía, y a sustituir las energías del carbono fósil por energías renovables, nuestras co-personas indias, africanas, chinas seguirán nuestro camino. Hoy solo hay 400 millones de chinos en algo parecido a una clase media, es decir, empleando un nivel medio de energía para sus vidas. Si el resto de 1.000 millones de chinos acceden a esa ''clase media'', el consumo energético chino (fósil, pues no hemos dado en Europa señales de abandonarlo y ellos nos copian) se multiplicará por 2.5, y lo mismo las emisiones de CO2. Si 1.000 millones de indios y 2.000 millones de africanos acceden a la ''clase media'' sin que nosotros hayamos cambiado de forma de capturar energía, su consumo energético y sus emisiones se multiplicarán por un factor entre 6 y 8 veces.

Es un mal acuerdo. En vez de apostar por tecnologías inmaduras, que permiten la generación de empleo y el paso a otro sistema económico, los países presentes en la Conferencia han optado por mantener, con deseos de ''que todo vaya bien'', un modelo maduro, que no permite evolucionar a la sociedad y que como todos los modelos maduros, no genera empleo ni, por tanto, riqueza.

La Conferencia ha actuado como actúan las personas mayores: sin atreverse a innovar. Y por tanto acabaremos, en nuestro mundo actual, como las personas mayores, desapareciendo en un plazo tan corto como el que va de los 80 a los 90 años, en vez de vivir con ganas de los 20 a los 80. Es lo que diferencia la vejez de la juventud. Los viejos no esperan vivir más de 10 años, los jóvenes esperan hacerlo 60 o 70 años.

Es un acuerdo de un mundo caduco, agotado. Un muy mal acuerdo'.



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