por Ana Asensio. Coordinadora del Ciclo
Con casi treinta años de distancia, “Sunset Boulevard” (El crepúsculo de los dioses, 1950) y “Fedora” (1978) componen el singular díptico de Billy Wilder sobre la imparable maquinaria de la industria del cine y sus demoledores efectos sobre algunas mujeres intérpretes. Partiendo en ambas historias de una muerte, nos hablan de las falsas apariencias, del mundo de la representación, de las facetas sacrificadas con el fin de mantener los mitos… Si en “Sunset Boulevard” Norma Desmond se refugiaba entre los restos de su gloria para conservarla, en “Fedora” su protagonista se protege bajo su indumentaria, siendo un hombre de Hollywood que irrumpe en sus vidas (en los dos casos encarnado por William Holden) quien termine provocando sus últimas grandes apariciones en público.
Jugando a las resonancias cinéfilas, en “Fedora” cabe reconocer la atmósfera asfixiante de Georges Franju en “Los ojos sin rostro” (1960), el fascinante misterio creado por Hitchcock en “Vértigo” (1958), la narración polifónica y fragmentada en torno a la cara oculta del séptimo arte conducida por Mankiewicz en “La condesa descalza” (1954) y Minnelli en “Cautivos del mal” (1952)… En todo caso, a pesar de la incomprensión con que se recibió en su estreno, “Fedora” resultó una nueva muestra de la romántica amargura de su cínico director, que con su penúltimo largometraje orquestó su particular elegía a una época irrecuperable del cine, aquella en la que nos legó sus mejores obras.
“Fedora” rinde también tributo a las mujeres actrices que nos han hecho soñar con sus trabajos y que han pagado un alto precio por preservar su lugar en la cumbre. En palabras del propio Wilder, esto es lo que más le interesaba del relato homónimo de Thomas Tryon, incluido en la novela “Crowned heads”, en que se basó para su guion:
“Lo que no está en Tryon y sí se encuentra en la película es la situación de una gran estrella que ya no tiene salida y que está acechada por el olvido. Lo que intentamos dramatizar es lo que ella misma dice: lo mejor para una estrella es morir joven como Jean Harlow, Carole Lombard o Marilyn Monroe. El cometa tiene que desaparecer en el firmamento y no caer como un petardo mojado. En nuestra historia, por una serie de acontecimientos, ella vislumbra una posibilidad de sobrevivir (…) Lo que me gustaba era esta estrella sobrenatural que reemplazaba a las emperatrices del pasado y que hoy ya no existe” (Del libro de conversaciones “Billy & Joe”, Michel Ciment, Plot Ediciones, Madrid, 1994).
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